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José Luis Cabezas
25 de enero de 1997

Caso: José Luis Cabezas



No se olviden de Yabrán:

7 de marzo de 2000
Por Jorge Elías

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Pocas horas después de la súbita muerte de Alfredo Yabrán, un funcionario del Departamento de Estado me confesó en su oficina de Washington: "Todos saben que se suicidó, pero nadie sabe quién lo hizo".

Pensaba en voz alta, procurando desenredar con elementos escasos, como piezas sueltas de un rompecabezas incompleto, la trama siniestra que comenzó en febrero de 1996, con el rostro del empresario más influyente de la Argentina y menos conocido del mundo sorprendido por primera vez en público en la portada de la revista Noticias, y que derivó, en enero del año siguiente, en el brutal crimen del autor de la foto, José Luis Cabezas.


Tres veranos después del asesinato a sangre fría, cometido en las mismas arenas en las que había sido retratado de improviso mientras caminaba a orillas del mar con su mujer, la Cámara de Apelaciones y Garantías de Dolores, provincia de Buenos Aires, tildó a Yabrán de instigador principal, y dictó sentencias de reclusión y de prisión perpetuas para ocho hombres vinculados con su seguridad personal.

Yabrán nunca se enteró: se dio un tiro en la boca, cual harakiri por otros medios, el 20 de mayo de 1998. Estaba solo, después de permanecer 15 días en la clandestinidad, en su casa de la estancia San Ignacio, a unos 70 kilómetros de Larroque, Entre Ríos. Tan increíble fue su final que el imaginario popular insiste en situarlo aún hoy en una playa parecida a Pinamar, escenario de la foto y de la muerte de Cabezas, con otro rostro, otra identidad, otra vida.

Pero una cosa no quita la otra. Entre los argentinos, descreídos, desconfiados y abrumados desde la cuna por la ineficacia de la Justicia, ha quedado la sensación de que el proceso, en el que cayeron los autores primarios (intelectuales y materiales) del crimen de Cabezas, puede desentrañar algunas de las redes de corrupción que pueblan el poder. Ya se habla de la segunda parte, promovida por la familia.

En esta etapa, al menos, primó, más que la voluntad política, el reclamo constante de la gente: "No se olviden de Cabezas". Prédica que obligó al gobierno de Carlos Menem, con el que Yabrán había tejido sus negocios en las áreas postal, aeroportuaria y de seguridad privada, a apartarse de él. Lo dejaron solo tras ser recibido en la Casa Rosada por el entonces jefe de Gabinete, Jorge Rodríguez, mientras, casi al unísono, el Presidente se ofendía por la mera mención de su apellido en una rueda de prensa que ofreció en Nueva York.

Nada más burdo, de hecho, que la imagen del instigador con la foto que sólo muestra los ojos de su víctima. Ojos de mirada punzante en contraste con ojos de mirada apagada. Muertes curiosas en parajes también curiosos. Calmos, respetuosos de la siesta. Siesta alborotada por el estrépito de truenos. De balas en donde no hubo guerras. Que sellaron el final de un inocente y la inmolación de un perseguido.

# # #

El silencioso derrotero de Yabrán por las esferas del poder empezó en la dictadura militar, continuó en el gobierno democrático de Raúl Alfonsín y alcanzó su cénit con Menem. No habrá previsto el escollo que iba a desencadenar, cual bola de nieve, la denuncia de Domingo Cavallo, partero de la convertibilidad cambiaria (un peso, un dólar), en agosto de 1995, en el Congreso, sobre la existencia de mafias en el poder.

Virtual catástrofe para un imperio forjado en forma más que misteriosa. Mafias de las que, según el entonces ministro de Economía, alejado de la línea Menem, Yabrán era uno de los jefes. O de los capos. Motivo más que suficiente para ser coto de caza legítimo de la prensa. Por más que ni permitiera, según se rumoreaba, que sus hijos fueran retratados en los actos escolares. Estaba justificado, entonces, el interés de Cabezas, en particular, y de Noticias, en general. "El Presidente le tiene miedo", llegó a decir Cavallo.

Siete horas en el Congreso, frente a senadores y diputados inquietos por sus lazos con el poder y, sobre todo, por el origen de su inmensa fortuna, el 10 de abril de 1997, después de criticar a Cavallo por el manejo de la privatización del Correo, reportaron más dudas que certezas.

Ya se había ganado otro enemigo, también distanciado de Menem

después de haber sido el vicepresidente de la Nación en su primer mandato: el gobernador de la provincia de Buenos Aires, Eduardo Duhalde, promotor de una depuración policial que se tradujo en un severo aumento del delito y, cual manzana que cae del árbol, podrida, en el asesinato del fotógrafo, cometido por ex miembros de la fuerza.

Peor no pudo ser el muerto para Duhalde, perdedor en las elecciones legislativas de 1997 y en las presidenciales de 1999. Perdedor, incluso, desde que Yabrán, con su suicidio, le quitó letra a su discurso político. De Cabezas quedó una frase que, si no la pronunció el ex gobernador, la habrá pensado alguno de los suyos: "Me tiraron un cadáver".

Cadáver por el que ya no pudo ufanarse de la mejor policía del mundo, según sus propias palabras, y por el que ofreció de inmediato, por datos que llevaran al esclarecimiento del crimen, una recompensa de 100.000 dólares. Cifra que triplicó en un par de días, tras haber pedido hasta la participación del FBI en la investigación.

Cadáver que apareció esposado y calcinado, así como el auto y la cámara fotográfica, en un paraje desolado de Pinamar, ciudad balnearia que queda a unos 340 kilómetros al sur de Buenos Aires. A Cabezas, según los testimonios del juicio, lo espeban a las 5.15 de la mañana del 25 de enero de 1997 en la puerta de su domicilio. Regresaba de una fiesta que iba a terminar con un desayuno en la residencia del empresario Oscar Andreani.

Fueron a su encuentro en cuanto quiso descender del auto. Lo intimidaron, golpeándole una o más veces el cuello, mientras otros hacían de vigías desde un Fiat Uno que habían estacionado a la vera de un terreno baldío, enfrente.

Su suerte parecía echada no bien enfilaron en los dos autos hacia un paraje desolado, llamado Manantiales, por un camino de tierra que desemboca en la laguna Salada Grande. Lo esposó Prellezo, el jefe del grupo, con un juego marca Alcatraz; llevaba un revólver calibre 32 con mirilla roja que había sido secuestrado por policías de Valeria del Mar a ladrones de poca monta del casino.

Lo obligó a arrodillarse y, cual ejecución sumaria, le disparó dos veces en la nuca. Muerte instantánea por destrucción de la masa encefálica.

Lo acomodaron de nuevo en el auto. Lo rociaron con combustible. Lo quemaron.

El arma aún no apareció.

# # #

Un mes y dos días antes del crimen, Prellezo tomó nota de una advertencia de Yabrán: "Quiero pasar un verano tranquilo, sin fotógrafos ni periodistas". Era el 23 de diciembre de 1996. La reunión privada, en las oficinas de Yabito S.A. (propiedad de Alpha, como lo llamaban sus custodios), en Buenos Aires, no duró más de cinco minutos. Cinco minutos en los cuales dejó entrever el rechazo, o el pavor, que sentía por la exposición pública. Una foto era, para él, algo así como un disparo en la frente, se decía.

A tal extremo llegaban sus temores frente a los 443 (número con el cual sus custodios identificaban a los hombres de prensa) que le mandó un jarrón de regalo a un dirigente sindical con una tarjeta por demás sugestiva: "Muy feliz cumple -consta en la foja 17.162, cuerpo 85, del proceso-. Si no te sirve de adorno es para que se lo rompas en la cabeza a algún fotógrafo indiscreto".

Por el asesinato de un fotógrafo indiscreto, símbolo de la libertad

de expresión en donde cuadre, Gregorio Ríos, jefe de la custodia de Yabrán, así como Horacio Braga y Gustavo González (coautores), y Héctor Retana y José Auge (partícipes primarios), fueron condenados a prisión perpetua. Sobre Prellezo, Aníbal Luna y Sergio Camaratta recayó la pena de reclusión, también perpetua.

La diferencia entre las dos condenas radica en las condiciones en las cuales se cumplen: es más rigurosa la reclusión que la prisión. Y, asimismo, en la posibilidad de salir de la cárcel después de un tiempo: 16 años en caso de prisión; 25 años en caso de reclusión.

Fue absuelta la mujer de Prellezo, Silvia Belawsky, también ex policía, después de haber purgado tres años tras las rejas por estafa contra una compañía de seguros, ya que, con su marido, falseó el robo del auto que usaron en el crimen. Serán investigados los comisarios Oscar Viglianco y Carlos Minisarco por presuntas irregularidades en la instrucción de la causa.

No había razón, según los jueces, para que Ríos y Prellezo mataran a Cabezas. Salvo la molestia que le podía provocar a Yabrán la posibilidad de ser retratado de nuevo o, tal vez, la foto que había sido publicada 11 meses antes. Braga, Retana, Auge y González, llamados los hornenses, cobraron 4000 pesos (es decir, 4000 dólares) por el trabajo sucio. Luna se ocupó de los preparativos.

Quedan cabos sueltos, sin embargo. A Gabriel Michi, compañero de trabajo de Cabezas, no le cierra la zona liberada en la que habría sido tendida la emboscada; alguien más debio participar, aduce. A Gladys Cabezas, hermana de él, no le cierra el argumento de la molestia a Yabrán, y nada más, como móvil de un crimen de esa magnitud. A la gente no le cierra la actitud de Duhalde: dijo que pagó 50.000 dólares por información y que sabía en dónde estaba el arma cuyo paradero todavía es una incógnita.

El sistema Excalibur, de rastreo telefónico, demostró que Yabrán

mantenía contactos con figuras empinadas del poder, como el senador Eduardo Menem, hermano del ex Presidente; Elías Jassan, ministro de Justicia; Carlos Corach, ministro del Interior, y los diputados radicales Marcelo Bassani y Raúl Baglini, correligionarios del actual Presidente, Fernando De la Rúa.

"Menos con el Papa, hablaba con todo el mundo", dijo en su momento el comisario Víctor Fogelman, encargado de la pesquisa.

# # #

La estampa y figura de Yabrán, investigada hasta por la agencia antidrogas de los Estados Unidos (DEA), campea en los casos de corrupción más sonados del gobierno de Menem, como el contabando de armas, la mafia del oro, y un contrato espurio entre el Banco Nación e IBM.

El caso Cabezas, al parecer, no prometía ser más que la muerte de un cartero (mote con el cual comulgaba Yabrán por sus orígenes humildes y sus intereses en ese rubro). Pero, cual onda expansiva de una bomba de alcance insospechado, tendió la muralla definitiva en el peronismo entre Menem y Duhalde. Y, a su vez, unió a la gente en un reclamo unánime de justicia. Un bien escaso, por cierto.

En una sociedad que, según la mayoría de las encuestas, piensa que sus políticos privilegian el interés personal sobre el general (que muchos de ellos no hacen más que robar, en definitiva), se impuso como nunca el compromiso público. Capaz de echar por tierra, por ejemplo, la tesis inicial que atribuía la autoría del crimen a la banda Los Pepitos, nombre tragicómico que surgió de la detención de Margarita Di Tullia, alias Pepita, La Pistolera, regenta de dos cabarets en Mar del Plata.

Fue una reacción en cadena, espontánea, acaso un escudo, de modo de no seguir barriendo la basura debajo de la alfrombra. De no seguir mirando por el visillo de la puerta, pensando que algo habrá hecho la víctima para merecer el castigo. De no seguir pendientes de la anmistía, del pacto, del indulto o de la moratoria que todo lo lava, lo enjuaga y lo centrifuga.

Sólo comparable pudo ser Cabezas, caso testigo que ya trasciende

fronteras, con la muerte del soldado Omar Carrasco, principio del fin del servicio militar obligatorio después de poner en aprietos al jefe del Ejército en la era Menem, general Martín Balza, y con la muerte de María Soledad Morales, adolescente de Catamarca cuyo trágico destino jaqueó a la familia Saadi, una dinastía provincial de raíces peronistas.

Cabezas era uno más, acaso un ignoto, hasta que, post mortem, su apellido se asoció con el pan nuestro de cada día: no se olviden de él.

No se olviden, tampoco, de los que terminaron como él. Ni se olviden de los que pueden terminar como él. Callar a uno significa callarnos a todos. De prepo.

Con la cobardía y la alevosía de tiempos y de verbos que parecían pretéritos en un país que aún no ha sofocado la pesadilla de dos atentados contra blancos judíos en los que (oh, casualidad) también participaron policías bonaerenses.

El crimen en sí, espantoso, vino a despertar la conciencia dormida de los argentinos. O silenciada durante décadas de amenazas, de crueldad y de muertes absurdas. De violencia a secas. La gente dicta ahora: "No se olviden de Cabezas, pero, por favor, tampoco se olviden de Yabrán".

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