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Benito Ramón Jara
26 de abril de 2006

Caso: Benito Ramón Jara



Al costado del camino:

20 de abril de 2000
Jorge Elías

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20-4-2000


Si Benito Ramón Jara no hubiera estado colaborando en el último año de su vida con Radio Yby Yaú, aportando informaciones y avisos, su muerte habría pasado prácticamente inadvertida. Tan inadvertida, quizá, como algunos de los crímenes espantosos que sacuden a menudo, y en absoluto silencio, el norte del Paraguay, tierra de nadie. O, en realidad, de varones de la droga y de contrabandistas de vehículos. De mafiosos y de rufianes de toda laya, en definitiva. Que, según un lugareño, disparan primero y preguntan después.

Es la llamada frontera seca que, sin banderas, parece adentrarse en el Brasil, o viceversa. Difícil ejercer el periodismo, y vivir, en esas condiciones. Difícil y peligroso, como advierte el director de Radio Yby Yaú, Carlos Escobar, un pastor evangelista que admite que la palabra de Dios no puede con la violencia. Ni la palabra de Dios ni la ley, en verdad. La policía, según el suboficial Reynaldo Vargas, no cuenta con los medios adecuados ni con el personal suficiente para cubrir una zona tan vasta, diseminadas las casas (de madera precaria, en su mayoría) a la vera de caminos de tierra colorada que zigzaguean entre pastizales agrestes.

Al costado de uno de ellos, rumbo a la colonia General Bernardino Caballero, a unos 20 kilómetros de Yby Yaú, apareció el jueves 13 de abril del 2000, entre las cinco y las seis de la tarde, el cadáver de Jara. Tenía 37 años y seis tiros: uno en el rostro, otro en la cabeza, otro en el tórax y tres más a la altura del estómago. Iba en una motocicleta de su propiedad, abandonada (por los asesinos, al parecer) a unos 1.000 metros del lugar del crimen.

¿Un ajuste de cuentas? La segunda mujer de Jara, Victoria Jara de Jara (igual apellido de soltera y de casada que no implica parentesco alguno), dice que su marido había recibido amenazas. De la primera mujer, radicada en la colonia Sapucai, cerca de ahí, y de un vecino de la colonia Paso Jhú, en donde vivía Jara, que, al igual que él, manejaba un minibús con el cual trasladaba gente de una colonia a la otra. "Lo mataron por envidia, porque trabajaba todo el día", esgrime ella mientras amamanta de pie a Victor Ramón, un bebé de apenas 30 días que no sabrá de su padre más que por recuerdos ajenos.

Jara no murió por su relación con la radio. "Era un buen hombre, amable con todo el mundo, que no manejaba información que pudiera comprometerlo ni ponerlo en aprietos", evalúa Escobar. Hipótesis que confirma el suboficial Vargas: "Ni periodista era, señor. Colaboraba con ellos, y nada más. Ni credencial tenía".

Antecedente inquietante

El trabajo de Jara en la radio era ocasional, acaso una forma de extender su campo de acción como chofer del minibús y como vendedor de artículos de almacén. El día que murió, de hecho, llevaba quesos al General Bernardino Caballero, colonia famosa por su población de origen brasileño.

La influencia del portugués es tan grande en el norte del Paraguay que deriva en el uso frecuente del portuñol (mezcla de portugués y de español) con el guaraní como rasgo distintivo. Lo cual resulta, a su vez, una especie de lengua autóctona que, de tan autóctona que es, parece marcar el carácter de la gente: cerrada, introvertida, desconfiada de los forasteros, aunque sean de Asunción, la capital del país, a unos 450 kilómetros de distancia.

La violencia, sin embargo, acorta distancias. Fruto, tal vez, de la rutina antidemocrática que selló durante 35 años la dictadura de Stroessner y que, de buenas a primeras, estalló como un volcán con el asesinato del vicepresidente Luis María Argaña, el 23 de marzo de 1999. Por el crimen, el primero de esa magnitud, el presidente Raúl Cubas Grau halló asilo en el Brasil, en donde reside Stroessner, y el general Lino Oviedo, en deuda con 10 años de prisión por un conato de golpe de Estado contra el ex presidente Juan Carlos Wasmosy, en abril de 1996, vive en la clandestinidad desde que, un día antes de que terminara el segundo mandato del ex presidente Carlos Menem, burló el asilo que le había concedido la Argentina. Por el crimen de Argaña, capaz de hacer tambalear las instituciones, sólo tres sospechosos de poca monta podrían ser juzgados.

Vano parece, entonces, el pedido de esclarecimiento del caso Jara que formuló el Sindicato de Periodistas del Paraguay (SPP) al Ministerio del Interior. Y vano parece, asimismo, el reclamo insistente por la búsqueda de los culpables de la muerte de Santiago Leguizamón, un periodista que, por sus denuncias, terminó acribillado, en Pedro Juan Caballero, la ciudad más cercana a Yby Yaú, el 26 de abril de 1991, fecha que coincide con el Día del Periodista. Era el propietario de Radio Mburucuyá, y colaboraba con Radio Ñanduty, Canal 13 y el diario Noticias, todos de Asunción.

"Sobre Jara no tenemos muchos datos -señala Julio Benegas, secretario general del SPP-. Era muy poco conocido, por no decir desconocido, y no figuraba en nuestros registros. La policía está investigando si se trató de un crimen pasional o por deudas. Pero, por tratarse de la misma zona geográfica, nos recuerda el crimen de Leguizamón. Aquello fue una mordaza para todos."

Resolución de conflictos

Con Leguizamón, amenazado en forma casi permanente por sus denuncias contra la corrupción, el narcotráfico y el contrabando, usaron el mismo método que con Jara: le dispararon a mansalva. "Fueron 40 tiros –acota Daniel Piris, fotógrafo de Associated Press (AP) y presidente de la Asociación de Reporteros Gráficos del Paraguay-. Pegó muy fuerte entre la gente porque hacía apenas dos años que había caído Stroessner. Estábamos aprendiendo a vivir en democracia."

Que ambos hechos hayan ocurrido en la misma zona revela, por lo pronto, un modus operandi que no distingue entre periodistas y no periodistas: las cosas se resuelven de ese modo (es decir, a los tiros) o no se resuelven.

En el centro de Asunción campea un monolito en memoria de Leguizamón, símbolo de la libertad de expresión tras su desaparición a los 41 años de edad. "Hace poco mataron a Nilo Vázquez, un tipo bastante peligroso que cultivaba marihuana y que perseguía a los periodistas –dice Escobar, con nueve años de experiencia en la dirección de Radio Yby Yaú-. Pudo ser el asesino, pero también se habló de otros que trafican droga y demás. Dudo mucho que algún día se esclarezca el crimen."

¿Tan peligroso es ser periodista en la frontera del Paraguay con el Brasil? Tanto que Cándido Figueredo, corresponsal del diario ABC Color, de Asunción, estuvo a punto de morir mientras ametrallaban el frente de su casa, según cuenta Escobar: "Sí, es realmente difícil trabajar aquí -agrega-. En especial, si uno no oculta nada. Si no acepta coimas (sobornos). Los políticos no hacen nada".

En el poder paraguayo, la hegemonía es tan colorada como la tierra del norte del país. Desde el derrocamiento de Stroessner, entre el 2 y el 3 de febrero de 1989, el Partido Colorado no hizo más que renovarse a si mismo, cual dinosaurio que se resiste a la extinción, marcando un récord de permanencia, desde 1954, que sólo supera, en México, el Partido Revolucionario Institucional (PRI), con sus siete décadas en el gobierno.

La muerte de Jara, oriundo de los alrededores de Asunción, no deja de ser una más en una zona más roja que colorada. Que, en cierto modo, parece acostumbrada a los desenlaces violentos. "Hemos intervenido en casos de todo tipo -asiente Ceferino Soria, secretario de la oficina del Poder Judicial en Yby Yaú-. Hablo de muertos y de heridos por distintos motivos, ya sean discusiones, borracheras, ajustes de cuentas, contrabando, trafico de drogas..." Y dale que va.

"No hay justicia"

Yby Yaú quiere decir, en guaraní, comer tierra. Entre comer tierra y morder el polvo no parece haber gran diferencia. Y esa parece ser la sentencia si uno se pasa de la raya. De Jara, su segunda mujer comenta que últimamente había contraído deudas y que la primera mujer (con la cual tenía tres hijos: un varón de siete años, otro de nueve y una niña de 12 años) estaba acosándolo. "Le gustaba trabajar en la radio, pero nunca recibió amenazas por eso", aclara.

En su casa, a la vera de la ruta que va de Asunción a Pedro Juan Caballero, unos cajones de cebollas denotan que ella vende verduras y artículos de almacén. Sobrevive de ese modo mientras el minibús azul, un utilitario marca Chevrolet, descansa, estacionado. Del otro lado, varios vecinos se han reunido para rezar una novena en memoria de Jara. Piden justicia para Benito Ramón.

Justicia que Virginia González, amiga de la familia, no ve más que en haberle pagado hasta el último guaraní (moneda paraguaya) antes de que muriera: ¿Sabe por qué? -inquiere-. Porque no hay otra justicia. Si no uno no tiene un pariente rico o poderoso, no puede esperar justicia". Es una sensación generalizada. No sólo en el Paraguay, sino, cual epidemia, en todo el continente. Con el agravante, en algunos casos, de que paguen justos por pecadores mientras los pecadores, como ha sucedido con periodistas y no periodistas liquidados por rufianes, siguen en libertad.

Jara, por cierto, no llevaba dinero el día que murió. Ni nada de valor que anunciara semejante desenlace: media docena de balas en el cuerpo, dos viudas y cuatro huérfanos. La primera mujer sólo asistió a los funerales, según la segunda. Los tres hijos que tuvo con ella no estuvieron.

Actitud compartida por los hermanos de Jara, 26 en total, dispersos por el país. Que no se hubieran enterado de la muerte de él si no habría estado colaborando con la radio. Aunque todos coincidan en separar la paja del trigo. Ergo: las cuestiones personales de los asuntos públicos. Quedaron, de todos modos, al costado del camino.

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